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Otón IV incumple todo lo pactado y es excomulgado por Inocencio III



 

ROMA, 18 noviembre 1210. Ni un mes ha tardado Otón IV en incumplir los compromisos que había adquirido con el papa Inocencio III durante las negociaciones para su coronación como emperador del Sacro Imperio. En uno de los cambios de opinión más diametrales e inauditos de la Historia, Otón IV, que tras su coronación en octubre de 1209 se había dirigido a Pisa, ordenó el noviembre siguiente la expulsión de las tropas pontificas de los ducados de Ancona y Spoleto (centro de Italia), los declaró feudos imperiales y exigió a Federico II Roger, el joven rey de Sicilia y vasallo del papa, que se declarase vasallo suyo por sus posesiones en el sur de Italia (Apulia y Calabria). Además, también declaró que toda Italia era vasalla del Sacro Imperio, lo que incluía las ciudades lombardas cuya autonomía había jurado defender. Y por si todo ello no fuera suficientemente escandaloso, a continuación dirigió sus tropas a la conquista de Sicilia, reino sobre el que prometió no hacer ninguna reclamación. Los analistas están divididos a la hora de valorar esta polémica decisión del recién nombrado emperador: lo que para unos es una audaz maniobra que busca restituir el poder imperial sobre el papado, para otros es una enorme estupidez que puede costarle muy cara al duque de Brusnwick.


La tensión se disparó al máximo cuando Otón IV, acompañado de Dipoldo de Acerra y sus mercenarios, se adentró en la Apulia y dirigió sus tropas hacia Mesina con la clara intención de invadir Sicilia. Entonces se desataron momentos de gran confusión en la isla; la primera intención del canciller Palear fue organizar la huida de Federico Roger hacia Túnez, pero entonces el joven rey, aconsejado por Pietro de la Vigna, decidió que lo que procedía era acudir a Roma en busca del apoyo papal, su señor natural y principal ofendido por los ataques del emperador. Pero lo que decididamente obligó a cambiar de planes a Otón IV no provino ni de Sicilia ni de Roma, sino del Báltico.


Efectivamente, ya durante la guerra entre Felipe de Suabia y Otón de Brusnwick, los dos aspirantes a la corona imperial, el rey danés Canuto VI aprovechó la debilidad del imperio e incorporó Holstein a Dinamarca, y su hijo Canuto VII hizo lo propio con la floreciente ciudad de Lübeck, conquistas que fueron confirmadas por Felipe de Suabia para ganar a Valdemar como partidario suyo. Esta debilidad se ha acrecentado ahora con Otón IV inmerso en la lucha en Italia, lo que ha sido aprovechado por Valdemar II, hijo de Canuto VI, para ampliar sus dominios en la costa sur del Báltico, llegar hasta el río Elba e incluso lanzarse a la conquista de Estonia, tierra pagana en la lejana orilla oriental, y por lo tanto área de expansión alemana a costa de estonios y livonios. Este auge del dominio danés en el Mar Báltico a coste de feudos alemanes ha puesto a muchos magnates germanos en contra de Otón IV, de tal manera que en estos momentos, el emperador ha perdido todos los apoyos que consiguió cuando fue coronado en octubre pasado.


En este estado de cosas a nadie sorprende que poco mas tarde, en noviembre de 1210, Inocencio III decretara la excomunión de Otón IV, nombrando al rey de Francia Felipe II, estrella creciente de la Cristiandad y principal aliado de Roma, cristianísimo defensor de los derechos de la Santa Sede. Como tampoco sorprende que una buena parte de los señores alemanes, instigados y apoyados desde Roma, se libraran del vasallaje de Otón y eligieran a Federico Roger rey de Alemania. Incluso el papa ha apoyado esta decisión, pues a pesar de su histórica y enconada lucha con los Hoehnstaufen (Federido es hijo y nieto de los dos últimos emperadores de esta casa, Enrique VI y Federico I Barabarroja), la Santa Sede espera hacer valer su ascendencia sobre el joven rey de Sicilia, de cuya educación se ha encargado el Sumo Pontífice, además de que no tiene otra opción sobre la mesa.


En estas circunstancias, Otón IV se ha visto obligado a abandonar la invasión de Sicilia y regresar a Alemania. Sus planes son reagrupar a sus partidarios y prepararse para la lucha contra Felipe II de Francia, para lo cual contará, sin ninguna duda, con el principal enemigo de este, Juan I de Inglaterra, otro monarca enfrentado a Inocencio III y que tiene sus posesiones puestas en interdicto por Roma. Toda la Cristiandad occidental, entre los Pirineos y el Báltico y entre las Islas Británicas y Bohemia, se está alineando en uno de estos bandos, con lo que una gran conflagración parece inevitable.

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