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El asesinato del legado papal acaba con el diálogo: comienza la Guerra Santa contra los cátaros



 

SAINT-GUILLES, 15 enero 1208. Pierre de Castelnau, legado papal para los asuntos del Languedoc, ha sido asesinado hoy cuando se preparaba para cruzar el río Ródano tras abandonar Saint-Guilles, donde había mantenido una tensa reunión con el conde Raimundo VI de Tolosa, vasallo y cuñado de Pedro II de Aragón. El incidente ha sido utilizado por el ala dura católica para lanzar la cruzada contra los cátaros, la herejía que, con el apoyo de los nobles, se ha extendido por todo el Languedoc. La estrategia del burgalés Domingo de Guzmán, partidario de la conversión pacífica mediante la predicación, ha sido sangrientamente superada por los acontecimientos.


Aunque en el III Concilio de Letrán (1179) el papa Alejandro III ya había exhortado a la Cruzada para erradicar el catarismo del sur de Francia, lo cierto es que la esperanza de convertir a los herejes de forma pacífica y los movimientos políticos de los agentes involucrados, han conseguido mantener esta declaración en standby durante casi 30 años.


Por un lado, el rey aragonés Pedro II, señor de los territorios afectados, lo ha intentado todo (y más) para reconducir a sus vasallos y mantener la paz en la zona. Son famosas sus enérgicas discusiones con Raimundo de Tolosa, a quien entregó la mano de su hermana Leonor (enero 1204), y su incesante actividad diplomática ante la Santa Sede, unas negociaciones que culminaron en noviembre de ese año cuando se declaró vasallo de la Santa Sede, poniendo todo el reino de Aragón a disposición del papado. Éste es el motivo por el que será apodado Pedro II El Católico.


Estos acuerdos apaciguaron los ánimos en Roma, y unos meses más tarde el papa Inocencio III envío a los legados papales Perre de Castelanau y Raoul de Frontfoidde, de la orden cisterciense, para predicar el catolicismo y convencer a los herejes de que volvieran al redil. Pero su estrategia de acudir a los debates lujosamente vestidos y a bordo de ricos carruajes fracasó estrepitosamente, pues mostrando el lujo de la iglesia romana daban la razón a los cátaros en su denuncia de la riqueza que habían atesorado los herederos de San Pedro. La situación, no obstante, mejoró en 1206 cuando fueron enviados el obispo de Osma, Diego de Acebes, y su viceprior Domingo de Guzmán (más tarde Santo), prestigiosos diplomáticos al servicio de Alfonso VIII de Castilla formados en las escuelas de Palencia. Los castellanos plantearon la campaña desde otro punto de vista; primero, dejaron para más tarde la reforma de la estructura de la iglesia cátara, y segundo, elaboraron un cohesionado discurso basado en la pobreza y en las bondades del culto a la Virgen María, una adoración que era rechazada por los herejes.


La estrategia de Acebes y Guzmán comenzó a dar sus frutos poco a poco, consiguiendo la conversión al catolicismo de muchos cátaros, incluso algunas tan importantes como la de algún Perfecto, los admirados obispos de la iglesia cátara. Sin embargo, el camino de la predicación pacífica contaba con muchos enemigos en Roma, que juzgaban esta vía como demasiado permisiva con los herejes. Pero el más fuerte de estos enemigos no estaba en Roma, si no en París; Felipe II Augusto, que acababa de expulsar a los ingleses de sus posesiones del noroeste del continente, leyó perfectamente las oportunidades que la inestabilidad del sur de Francia le proporcionaba para una nueva ampliación de sus reino. Para ello, utilizó al noble Simón de Monfort, un experimentado guerrero francés que, tras el fiasco de la Cuarta Cruzada, volvió a Francia hambriento de tierras y gloria.


Las presiones de Simón de Monfort a favor del ala dura de los católicos enturbiaron los éxitos del obispo de Osma y Domingo de Guzman hasta el punto de conseguir por dos veces la excomunión del conde Raimundo de Tolosa, quién en un tremendo error de interpretación de la fuerza expansiva del catolicismo, pretendía asentar en la religión cátara su independencia respecto a Roma y París. La última de dichas excomunciones se ha producido hace unos días en Saint Guillles, durante la fuerte discusión que ha mantenido con el legado Pierre de Catelnou y tras la cual el legado pontificio ha sido asesinado. Unos meses después, en marzo de 1208, Inocencio III proclamaba la Guerra Santa contra los cátaros. El rey de Francia ya tiene el partido donde quería.

 

 

IMAGEN SUPERIOR: MINIATURA REPRESENTANDO EL ASESINATO DE PIERRE DE CASTELNAU,

OBTENIDA DE WIKIPEDIA

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